La política, según Pep Marín

Taichí. Villalba

No ha probado bocado desde el café de las seis y media de la mañana y son las cinco de la tarde. Ha estado en el mitin de la plaza de toros viendo “a la nueva política”. Después, todo ha sido un cavilar y cavilar y cavilar.

Ha habido un cuarto de entrada en la plaza de toros siendo generosos. No le ha gustado lo que ha escuchado, incluso sentido más allá de lo que podía comprender de sí mismo. Ha sentido algo parecido a la ternura. Ha negado con la cabeza que él pudiera contener este tipo de emoción, un ataque de ira le ha llovido mirándose al espejo. Esa mujer va a ir a más, se dice, tensando su mandíbula y los dientes, negándose a sí mismo. Ha conseguido que todos acabáramos haciendo taichí, hermanados y hermanadas en el aquí y en el ahora, dando gracias a nuestros cuerpos y a lo que somos con los ojos cerrados.

Ella tiene muchísimo carisma. Atrae como un imán. Persuade como una sabía clemente. No mira papeles, su memoria abruma. Evita el conflicto y el ataque directo a los contrincantes. Propone, educada, y explica cómo hacerlo real.

La nueva política repasa y repasa. Repasa el contexto, el entorno, las diferencias entre un país y otro, la historia de una medida, de una ley. Muestra las palmas de las manos en todo momento; su locuacidad y su tono: matrícula de honor. Y el humor, de partirte el ojete como diría aquel filósofo nepalí, sin malicia, sin hacer de menos a nadie. Pedagogía  al servicio del pueblo, como un susurro que te envuelve y abraza, ilusiona y da vida.

Villalba ha estado tentado en abrir ya de ya la vía del teléfono rojo. No ha podido, tiene todavía alguna duda. Sólo es un mitin, su primer mitin.

En el segundo mitin la explanada está repleta. Las encuestas empiezan a dar la razón a su mosca detrás de la oreja. Y subiendo. Ella sale de cualquier compromiso televisivo y radiofónico por embarrado que esté, impoluta. Ni un rasguño, ni una carrera en la media. Tiene una hemeroteca en el cerebro, en el intestino y estómago, es un almacén de datos de millones y millones de gigas, todas las fuentes de su conocimiento, todas las páginas web a visitar, todos los libros, autores. La gente toma nota, curiosea, tiene afán de conocimiento, malooooooo, malooooo.

Villalba no ha activado todavía el teléfono rojo. Pero a él si le llaman. Óyeme, ¿hay magra o es fugaz como un cohete de feria? ¿Carraspeas? Peligro, Villalba, te conozco. ¿Qué pasa?

Tercer mitin en menos de semana y media. Lleno total. Las encuestas dan a su partido más escaños que en las anteriores. La mayoría coincide. Esto no es flor de un día.

Teléfono rojo 

-Le han tomado el gusto al taichí, todas bailamos siguiendo el vaivén libre de nuestras manos, embelesadas. Como no se pare esto va a correr la adrenalina y un motor de sueños se va instalar en millones y millones de cabezas, dice Villalba a su interlocutor.

-¿Cómo lo quieres, Villalba, factura falsa, cuenta bancaria falsa, photoshop pegándole a un niño, puti men?

-No, responde Villalba, dos buenos sacos de cocaína y sangre en el maletero del coche. Con eso bastará.

-Correcto. Llamo al juez, llamo al periódico, llamo al “police friend”, narco, encargados de redes sociales.

-Hazlo.

Y lo hizo. Marcela Casas ha sido aniquilada. Noticia falsa. Lawfare. Su sentido y sensibilidad arrojados a una poza séptica. Tenía de todo, menos capacidad para soportar tal abrumadora corrupción de almas a la postre impunes, largamente impunes. En su despacho se ha disparado en la cabeza.

Hace algo más de 50 años, en otro despacho, Salvador Allende hacía lo mismo. Acorralado, pero libre. Su disparo fue un mensaje político que todavía resuena; su abrazo al pueblo por el que dio su vida perdura. Ayer, hoy, los descuartizados y desenterrados, lanzados al mar para su olvido, han ganado las elecciones; por una vez; siempre.